jueves, 11 de abril de 2013

Ella



Hay un gris Pizarnik en el cielo, en el aire, en la bruma de hoy.
Hay un cuarto solo y un reloj que late conmigo para que nunca despierte. Están las hands blues y la memoria como llama pues tropiezo con la piedra de su locura. La mía, me gustaría también.
Hay un gris Pizarnik que trepa por el cemento de almagro.
Yo camino por las calles y sé que está ahí en ese engaño del cielo que no se decide entre abrirse o dejar hacerse noche, al fin.
Yo camino y escribo el aire de la tarde, como ella escribe la noche, verso a verso, lila a lila, niña a niña.
Hay un gris Pizarnik que toma el té con la muerte. Qué ironía, si ella está tan viva que nos incinera -en fuego sagrado del sol- y nos atrapa en la casa de la mente. Irreverente.
Hay un gris Pizarnik y el pájaro que asido a su fuga, la pared con sus fisuras, desgarraduras en la hermosura de su suicidio.
Está el árbol, más florido que nunca, y Diana recostada sobre su sombra, esperando otra vez la noche.
Hay un gris Pizarnik en el día de hoy, hija del viento, del tiempo enfermo.
Hay siempre, en mis noches, un nombre que retumba golpe a golpe de mi deseo.
Hay un gris Pizarnik en el día de hoy.
Definitivamente sí.
Tendrían que saberlo.

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