Los colores todos alrededor, incendiando los lugares, encendiendo plegarias, volviendo ciega toda especulación, todo reflejo falso. Esos colores han estado ahí por siglos, iguales, inmutables, esperando ser descubiertos por algún ojo desprevenido. Belleza.
La mirada de la gente contando en silencio su historia, su historia tatuada en el cuerpo, en sus gestos; la historia tatuada con colores de cerros & montañas.
Esa sensación de ser turista, de ver todo con ojos ajenos pero propios, sintiendo ese fuego interno, el fuego de la revelación, de no poder creer tanta belleza. Tanta.
Había muerte también, pero no en vano. Las ruinas de una ciudad son más que eso, son el legado de lucha y sufrimiento; legado de tradición, de agua que corrió sola y libre por siglos. Esas muertes justifican, hacen justicia en la memoria de la gente y en la memoria de todas las cosas.
Más cerca del cielo, al norte. La celebración en carcajadas, en risamor, risueños todos nosotros.
La historia se abre paso para quien quiera conocerla. En silencio. Contemplando. Sorprendiéndose. Mirando como si fuera por primera vez. Eso. Y más también.
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